EJERCITO DE EGOS


Tengo problemas con la obediencia. Para alguien con anhelos de sumisión significa un verdadero problema. Es un choque frontal que revienta la imagen de mi "yo" único e indivisible.

Qué sosiego alcanzaría si pudiese convencerme de que no soy más que una persona dentro de un cuerpo unipersonal que se muestra con un único criterio que todos conocen y reconocen sin diferencias. Pero no, no alcanzo a darme cuenta de esta mentira, me descubro en mil caracteres diferentes y a todos los llamo "yo". Como no soy capaz de dar con la respuesta la acepto sin más, pero dada mi tendencia a discutirme, me siento al menos con la necesidad de ordenarme.

Hasta hace un par de años todo estaba, más o menos, bajo control. Caminaba por la vida con mis yo en fila india, de vez en cuando alguno se sublevaba y por un momento abandonaba su puesto con ínfulas de ser el más genuino. Nada llegaba más allá de una temporal crisis de identidad. Pero ocurrió algo inesperado. La más postrera de mis personas, esa con la que me relacionaba tan íntimamente, con la que hablaba en mis ensoñaciones, la que sin mucha consciencia guardaba mis deseos, la que me emborrachaba con onanísticas fantasías escuchó voces del exterior. Sin duda fue mi yo primogénito el que le alumbro con ese complejo de desubicado que tuvo siempre, esa insatisfacción por no encontrar su lugar en el mundo le llevo a buscar. Los ecos de lo que encontró llegaron hasta el final de la ordenada hilera y empezó el desbarajuste.

De una forma totalmente irracional, no por carencia sino porque apartó la razón en favor de la vehemencia, este tímido yo decidió abandonar su cueva e inició una revolución que acabó con el orden establecido. Se autoproclamó el verdadero y único, incluso tuvo el atrevimiento de nominarse, lo hizo con tal convicción que ya nadie le conoce de otro modo. Mi yo spankee, esté fue el nombre que tomó, aunque con el tiempo se le quedo chiquito porque descubrió que más que nombre era grado, pero eso es otra historia...

Todo este ajetreo interior tambaleó mi mundo, tanto que la mayor parte del día andaba mareada con todas las antiguas certezas girando a mi alrededor. Me costó un tiempo aprender a relacionarme las 24 horas con este nuevo rey, fue duro adecuarlo a la rutina diaria, sobre todo porque me cambió el paisaje. Ahora miraba por otra ventana y todo era diferente, incluido el horizonte que aún lineal y lejano como cualquier otro no tenía el típico color de la incertidumbre.

Redibujé mi mundo y me asenté en nuevos valores como la obediencia (no he olvidado como empecé esta historia). De denostada virtud paso a ser placentera meta. Le dí voz a ese revolucionario y empecé a hacer dogma todas sus características. Pero como le digo tengo un problema, no he conseguido unificarme, muy al contrario, me han aparecido nuevos yo, invisibles entre el ordenado rebaño, que en la confusión de la multitud han empezado a gritar. Ya ninguno guarda su posición, todos se apelotonan en anarquía apareciendo cuando menos me lo espero. De repente oigo al yo rebelde, al tierno, al infantil, al sensible, al celoso (juro que a este no le conocía), al miedoso de perder, al dependiente, al entregado, al exigente y a esos dos tan amigos, el triste y el feliz hablando casi siempre a la vez . Entre ellos distingo claramente al depuesto, al que guarda mis costumbres, al que no alcanza a seguir el ímpetu del nuevo líder. Yo lucho porque algún día vayan de la mano y gobiernen sin contradicción porque me gusta este lado del espejo. Pero he descubierto otra cosa, mi yo spankee no respira solo, necesita de su aliento, intuyo que sin usted no puede continuar, tampoco aunarse en equilibrio con el otro, necesita que le enseñen pero este no aprende con palabras ni teorías, este insensato sólo aprende con azotes. Es su extraña manera de comprender el amor. Y seré mujer de muchos yo pero al fin y al cabo soy como todos, me alimento de esa subjetividad que es el cariño ajeno.

Lo dicho, necesito de su diplomacia para llegar a un acuerdo entre yo misma.

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