EVOLUCIONES


Se supone que evolucionar tiene que ver con llegar a más, con avanzar, con ir hacía delante... Se supone.

Si echo la vista atrás y voy comparando mis primeras experiencias en el spanking con el que actualmente disfruto me doy cuenta de que nada o muy poco tienen que ver. Ni las expectativas, ni la actitud, ni la forma, ni las razones, ni el principio, ni el fin se parecen. Lo mio no es evolución, es complicada transición a un espacio diferente.

El spanking, y este pensamiento ya me ha abordado más veces, dejó de ser finalidad para convertirse en medio conductor, en consecuencia más que en ingrediente principal de una relación. Confieso que me ha costado entender los pasos. Como la completa nostálgica que soy de los buenos recuerdos, echaba de menos las largas sesiones, los complejos regaños que me anulaban la certidumbre de próximos acontecimientos y sobre todo, esto es lo más sorprendente, el aguante físico y psíquico a los azotes, al dolor y al llanto.

La primera vez que en una sesión (así se llamaba antes) aparecieron las lágrimas nos dejo la sensación de que algo andaba mal. Ahora son elemento común a todos mis momentos disciplinarios (así se llaman ahora) por más que no sepa explicármelo. Suelo echarle la culpa a la intensidad pero no está ahí la diferencia. La cantidad tampoco es razón, si hubiera sido capaz de contar cada azote recibido la primera y la última vez que me quedé frente a frente con su autoridad aseguraría que ahora no alcanzan ni la mitad de los de antes.

¿Entonces? ¿por qué cambiaron mis reacciones? Creo que fue un trueque, un azote-una sensación por un azote-un sentimiento y ya sabemos que en materia subjetiva soy incontrolable. Ni domino, ni freno, ni contengo...

Me alegro de haber conseguido esta libertad de máscaras, sólo espero que esto nunca me alimente la nostalgia.

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