ENTONCES FUE QUE ME HIZO REIR


Cuando el temor alcanza mis días; cuando hace prisionera a mi mañana; cuando la incertidumbre decide dejar de vestirse de verde; cuando a la duda le entra hambre y devora mi sueño; cuando la realidad se desborda inundándome de responsabilidad; cuando cambiar la vista no cambia el paisaje; cuando los espacios se unen y trabajo es espina y familia es espina y los amigos me pillan lejos, a kilómetros de silencio; cuando sólo estirar el cuello me salva del agua...






Cuando eso pasa vuelvo a mi refugio



Entonces a nada temo;
entonces pongo en sus manos el plan de rescate de mi futuro; entonces sus palabras dan brochazos de esperanza, matando el negro de mi sombra que en brillo nace; entonces me arropa el sueño, duerme a mi lado y en la cama ya no cabe el miedo que ahora alimento a burlas; entonces la realidad es imagen de mi espejo y la palabra Señor botiquín y tirita, transfusión de responsabilidad que he perdido al recuperarme niña. Entonces apaciguo mi mirada, fijo mi vista en unas manos, sus manos; Entonces cierro las puertas, sello resquicios para frenar espacios; entonces me empuja hacia delante para paliar distancias, me ordena volver a recuperar compañías; entonces desciende el nivel del agua...

¿Cuándo fue?

Fue hace mucho, fue cuando azote dejó de ser único vínculo, fue cuando fui más y crecí más, fue cuando el juego se hizo forma de vida o cuando formar la vida se hizo juego.

Entonces fue.








07 Hazme reir.wma - Paco Bello

8 Comments:

  1. Anónimo said...
    He encontrado tu blog por puro azar, navegando por la corriente de los muchos blogs de este estilo que inundan las aguas de la vida, y, leyéndote, pues he leído prácticamente todos tus post, todos tus rumbos, he de decir que me ha gratificado mucho tu pensamiento desarrollado.´

    Quizás es el blog más profundo, más analítico que he leído, y ello sin perjuicio de que la forma literaria, tu manera de escribir, resulte muy cualificada según mi humilde modo de ver las cosas. El yo rebelde tuyo en comunión con el yo spanko que pide su disciplina. Hay una esquizofrenia moderada propia de los artistas. Dicen que los artistas padecen pequeñas dosis de esquizofrenia no patológica que les permite observar el mundo desde dos perspectivas, desde dos realidades irreconciliables aparentemente, pero que, en el caso del artista, se unen por el lenguaje simbólico. Hay mucho de prosa poética en tus escritos, mucho alma y mucho contenido. Te he agregado a mis favoritos y espero seguir observando tu evolución. Resulta limpia la manera de enfocar la redacción de tu experiencia, porque no recurres a los detalles de la relación con tu Señor, cosa que sí hacen otras sumisas, prescindes de ofrecer la luz de lo que experimentas físicamente, lo cual se queda en la sombra, levemente insinuado, mientras que sí das lo espiritual de tu condición.

    Yo he tenido mi experiencia también, quizás algún día te la cuente porque resultó mágica, telúrica, vinculada a un submundo que no parecía establecido sobre la faz de la tierra. Entre tanto recibe mi saludo.
    hache said...
    Hola Guillermo

    Lo primero gracias por tu visita. Este blog tiene pocos lectores, mínimos comentarios y menos pretensiones pero me engañaría si no reconociera que recibir este me ha llenado de ilusión.

    Tengo una relación difícil con la escritura, no consigo racionalizarla por lo que supongo que su lectura no le es grata a la gente, amigos silenciosos incluidos. Asi que, lo dicho, el saco de agradecimientos que vengo acumulando te lo cargo a la espalda.

    Y ahora déjame decidir en que adjetivo pongo la sorpresa; esquizofrénica y artista, del segundo estoy tan lejos que sólo lo veo si le adivino la ironía y bueno el vaiven de realidades, perspectivas y emociones adversas es signo de mi caracter... Sí, espero que no sea patológico.

    Me encantaría conocer esa experiencia que se asoma con detalles tan originales.

    Te aumento el saludo con un beso añadido.
    Anónimo said...
    Hola, Hachita. (va para largo y espero que compense los pocos comentarios que veo)

    Me alegro que te haya encantado mi visita. Ya veo que no tienes muchos comentarios. Debe ser porque el blog no pone detalles morbosos de tu relación. Sólo por eso. Los pensamientos y la escritura son muy buenos, eso ya te lo he dicho. No hace falta que racionalices la escritura, precisamente para ser un artista hay que huir de la razón. Estás en el buen camino, y lo eres. Escribes muy bien, créeme.

    ¿ Mi experiencia?. Ufffff. ¿ Dónde encasillarla?. Hay veces que en la vida aparecen personajes definidos cuya presencia estaba escrita de antemano. Es algo que escapa a todo razonamiento, y que, sin embargo, es así. Ella era uno de ellos. Apareció cuando la necesitaba. Simplemente. Por poco tiempo, muy breve. Lo breve, lo efímero, quizás, encierra la esencia de lo que es eterno. Cuando reescribo aquellos dos encuentros, me parece sentir que los revivo, tanta huella dejaron en mí.

    Por aquel entonces sentía la necesidad de experimentar la sumisión. Es algo que se enciende en tu interior, me imagino que lo has sentido alguna vez. Veía páginas de esto y de aquello, mi curiosidad se incentivaba enormemente. Creo que las personas fuertes vitalmente son las que se inclinan por la sumisión, es como si necesitaras que te rebajaran un poco la energía que acumulas. Viven en la fantasía lo que no viven en la realidad. Un día andaba navegando por una página donde aparecían amas profesionales. En ese momento pensaba que, dada la dificultad de vivir una experiencia real, podría experimentarla de este modo. Por azar descubrí que se anunciaba un ama cerca de mi ciudad, a pocos kilómetros. No tenía foto. Simplemente un número de móvil. Llamé. Su voz me enganchó nada más escucharla, me vinculé a ella. Sonaba dulce e inteligente, me atraía pese a que provenía de un mundo tan distinto al mío. Llamé para preguntar anunciando que no sabía si daría el paso. Me sugirió que la escribiera a su correo electrónico y que no tuviera prisa. Así lo hice.

    Ella se fue enganchando a mí durante los correos. La cautivaban mis pensamientos, incluso mi prosa (como a mí la tuya). Pasó el tiempo y nuestra correspondencia fue inclinando mi decisión hacia el sí. Entonces, cuando se lo hice saber, me dijo que no me cobraría nada. Que esa sesión era su sueño también. Descubrí así que me encontraba ante una persona coherente y honesta. También sabia. Sabía que si quería vivir su sueño, -de algún modo me había idealizado-, debería renunciar a su dinero, pues el dinero estropearía ese momento. Fue coherente consigo misma. Ganó mi confianza, cosa básica en estas cosas.

    Inteligente y dotada de mucha imaginación, a pesar de ser muy humilde de origen y sin formación académica alguna (sus faltas de ortografía me resultan de una inocencia hermosa), decidió que la primera cita no vería su rostro. Me cito en un estudio ubicado en un bajo de una calle del casco histórico de una vieja ciudad. Era una calle larga y estrecha. Cuando llegué a ella estaba desierta, a eso de las cuatro y media de la tarde. Llegué al pronto, de manera que acudí a un café pequeño y antiguo. Las paredes amarillentas y su viejo reloj dejaban un sabor de rancio tiempo detenido. El tiempo allí no parecía transcurrir. Aún podía echarme para atrás, no sumergirme en ese submundo oscuro y marginal para la sociedad. De pronto llegó un mensaje suyo al móvil. " Te estoy esperando". Un nudo en el estómago se estableció en mi interior como un reflejo de la emoción, de la adrenalina subiendo, eso que quizás tú y yo necesitamos.
    Me dirigí al lugar. Llamé tres veces, como estaba estipulado. De frente tenía una cristalera traslúcida que no dejaba ver el interior. Se abrió la puerta sin rostro alguno que yo pudiera ver. Ella se recogió detrás de la hoja de la puerta franqueando mi paso al interior sin que yo pudiera verla. Siguiendo las órdenes que había recibido seguí caminando por un pasillo estrecho que me condujo a una sala abierta. No podía darme la vuelta, pero debía observarlo todo. Así lo hice. Me coloqué donde me dijo, en el centro de un espacio delimitado por cuatro mesitas redondas en donde reposaban instrumentos de azote. Un látigo, una fusta, una pala, y una tercera vacía destinada al objeto que yo debía traer. Lo coloqué. Luego esperé.

    Sentí sus tacones en la sala. Su sonido se introdujo en mi interior. Avanzaba lentamente, muy lentamente. No podía volverme, pues eso contravendría el sueño. Cuando alcanzó mi posición me colocó una venda negra en los ojos hasta privarme completamente de la luz. Entonces se puso delante de mí y me habló con suavidad. Quería que yo le hablara como le hablaba por teléfono, que le contara esas cosas maravillosas llenas a su juicio de sabiduría y que, según ella, la encendían la mente. Pero yo no podía articular muchos pensamientos coordinados, pues estaba nervioso. Entonces, pasado un tiempo me ordenó que me desnudara. Lo hice. Luego vino mi premio. Me prometió que, a cambio de mi ceguera transitoria, podría tocar su cuerpo para conformarme una idea de cómo era ella. Empecé por las botas, pues entendí que el sumiso debe empezar desde el suelo hacia arriba. Las botas terminaban en lengüeta a la altura de la rodilla ocultando una parte muy pequeña del muslo. Proseguí aquella excursión anatómica palpando sus muslos. Delgados, musculosos y fibrosos. Intuí entonces que no podía ser cierto que fuera gorda, como me había asegurado un día (quizás quería saber si el físico me importaba en esa tesitura). Llevaba una falda de cuero corta por delante pero con levita por detrás. El contorno de sus caderas se sintonizaba con sus piernas, si bien se ensanchaba decorosamente. Sus nalgas redondeadas parecían bien formadas y musculosas, algo que comprobaría en mi segunda y última cita al punto de sentir un empacho fetichista sobre ellas, pues son verdaderamente hermosas. Su vientre igualmente musculado se escondía detrás de peto de cuero que llegaba a los senos. Pude con su permiso tocarlos. El tamaño justo, lo proporcionado para ella. Me faltaba el rostro. Estrecho, con frente y nariz ancha y labios gruesos. El tamaño de la nariz me llamó la atención. Sin duda no parecía corresponder a un rostro agraciado, ciertamente, pero, sin embargo, anunciaba el indicio de una mujer bastante inteligente y, por cierto, bastante desaprovechada por la sociedad. Acabó la excursión por su cuerpo y le comenté mis conclusiones, que son las mismas que te digo. No vi sus profundos y bellos ojos azules.

    Rió conmigo el ardid de su imaginaria gordura. Luego puso música romántica. Deseaba bailar. Lo hicimos. Más confiado, le conté cosas que no recuerdo. Noté en cambio que no parecía tener prisa. Dentro de su mundo el tiempo se había detenido. Estuvimos un buen rato bailando, no puedo recordar cuanto porque estaba privado de toda referencia y porque, sin la vista, todo parecía tener otra dimensión. Hablamos de la vida, de su sentido, de las cosas, si bien yo estaba un poco perdido porque, de algún modo, había abandonado mi libertad y eso no me permitía pensar. De pronto me recordó que yo había ido allí para ser azotado. Ella transita de la dulzura a la perversidad sádica. Son sus dos extremos pasionales, como los de todos los amos. Noté que necesitaba azotarme. Entonces me ordenó que me asiera a su cintura con un solo brazo. La sensación de la nalga desnuda esperando ser azotada es algo que no puedo describir, pero que tú sientes igual que yo. Es una sensación de entrega femenina. Me sentía femenino, virginal, puro. Creo que la entrega es algo femenino, tierno, sensible, romántico. Notas el aire rozarte sabiendo que la mano lo cabalgará hasta llegar a ti. Eso hizo mi ama, si es que puedo llamarla así. Calentó mi nalga transitando de lo leve a lo más fuerte. Era solamente una aproximación. Así estuvo un rato. " Tienes piel de melocotón, enseguida se te ponen las nalgas rojas", -me dijo-. Descubrí que me gustaba. Mucho. Lo había deseado y ahí lo tenía. El tiempo no transcurría.

    Pasado un rato me ordenó que me pusiera a cuatro patas. Ella se sentó sobre mi espalda de espaldas a mi nunca. Levantó su levita y aposentó su nalga sobre mi piel. Estaba desnuda interiormente, algo que no esperaba. Sentí entonces el fuerte calor de su sexo hasta que la termodinámica hizo que se igualara la sensación térmica a la mía. Palpitaba. Debió tomar una pala para azotarme. Esos azotes fueron muy intensos, fuertes, quizás ya se había olvidado de mi virginidad. La oscuridad quizás hacía que los sintiera muy intensos. Después de un tiempo se levantó y acarició mi escroto. Sentí un placer enorme que me puso la piel de gallina. Entonces me levantó. Deseaba morder mis pezones. Se abalanzó sobre ellos emitiendo un sonido que aún hoy me sigue pareciendo extraño. Era, -cómo decirte-, sobrenatural, inhumano, como de una bestia. Fue un instante corto y el gruñido se cortó antes de agotarse del todo como si mi ama se hubiera percatado de que había sido descubierta. Este momento siempre me parecerá extraño, como el hecho de que a veces refiera cosas de mi vida que me parece no haberle contado. Pero esto entra dentro de una percepción que prefiero mantener en la reserva, que prefiero entender producto de mi imaginación más que de la realidad que pudiera sostener que ese ser que me reservó el destino fuera algo distinto a lo que yo esperaba encontrar. Dejémoslo, que no quiero pensar que pienses que estoy loco. No lo estoy, simplemente describo lo que sentí.

    Después bailamos. Hablamos. Me dejó besarla con dulzura en los labios y de pronto su perversidad se tornó ternura. Nos tumbamos, siguiendo yo privado de luz, y le hablé de mi pasado, de mis ancestros, de las cosas de las que podía sentirme orgulloso. Mis alocuciones se entremezclaban con sus mordiscos y con caricias que practicaba sobre mi sexo hasta que este se derramó. Tras tres horas me devolvió a la calle sin que pudiera verla. La experiencia fue enormemente grata. La explicación a mi necesidad, según ella, mi búsqueda de las cosas, la posibilidad de que estuviera saciado de aquello más convencional en donde había encontrado asiento. En fin..., puede ser que tenga algo de razón.

    Tras unos meses concertamos la segunda cita. Era un día 27 de diciembre. Muy frío. Ya conocía su rostro por internet. Me citó en el mismo lugar y experimenté la misma emocionante sensación de recorrer la calle en soledad. Tomé el mismo café y luego me llegué al estudio. Hacía frío en él, pero no me importaba. Encendió un pequeño radiador. Esa vez le traía unos regalos. Un libro y una pequeña escultura. Este segundo regalo era simbólico. Una niña saltaba al potro sobre la espalda doblada de un niño. Significaba nuestra inocente amistad y nuestro juego de dominación. Ella sobre mí. La gustó mucho. Me pidió que me tumbara a sus pies para conversar, lo cual hicimos durante un buen tiempo, tanto que empecé a pensar que no estaba interesada en tener una sesión. Era evidente que le gustaba conversar conmigo, que recordaba las cosas que anteriormente le había dicho, y que tenía un juicio muy atinado sobre la vida. Sobre la mesita había cerca de treinta velas que poco a poco fui encendiendo cuando la luz del día se fue apagando. El tiempo dejó de existir igualmente. Pero su tono de voz ordenando que lo hiciera, reprochando que a veces alguna vela se apagara, me hicieron ver que empezaba a desear azotarme.

    Entonces me pidió que me desnudara y que permaneciera de espaldas a ella. Lo hice. Ella a su vez comenzó a desvestirse para ponerse su traje de ama. Hasta entonces había estado en vaqueros. Cuando me di la vuelta la descubrí con falda negra, medias de malla, zapatos de tacón y una camisa de seda negra. Tenía un cinturón muy ancho y una mirada inquisitiva. Me asió a su cintura y comenzó a nalguearme hasta la excitación. Luego me ordenó que me arrodillara sobre una banqueta dispuesta en el suelo para mi tortura y que apoyara mi vientre en ella. Antes de que la obedeciera sacó violentamente su cinturón de un solo movimiento zigzagueante restallando el cuero en el aire. Su mirada era otra. Obedecí entonces y ella desapareció detrás de mí. No tenía su cuerpo unido al mío, me sentía solo, huérfano de su apoyo. Comenzó a azotarme con violencia verdaderamente sádica. Cada azote era sumamente doloroso, al punto de que pensé dejarlo, de que no merecía la pena, pero me armé de voluntad y resistí por ella. Ella me había introducido en una aventura, en un sueño, y quería que ella viviera lo mismo. Ahora deseo esos mismos azotes, pero no creo que los resistiera de nuevo. Cuando paró vino hacia mi rostro. Se sentó enfrente de mi mirada para poner la suya. ¡Gimes como una mujer!, lo cual era cierto. Incluso en mi clímax normal suelo gemir como las mujeres...... Descubrí su mirada frente a la mía y te puedo asegurar que esa mirada no era normal. Era profundamente sádica, metida hacia adentro, regodeándose en un placer propio, los ojos parecían girar en espiral sin forma. Me preguntó ¿ Quién manda aquí?. Respondí que ella. Era evidente que no podía aguantar más. Luego jugó conmigo, me tumbó en el suelo, me piso con su tacón, ladeó mi sexo con su zapato. Eran las últimas señales de la dominación.

    Pero de pronto, todo se tornó. Es nuestra última cita, -dijo-, me miró con dulzura y me besó. Algo nuevo entre los dos se cernía en la noche. Se desnudó enteramente. Era evidente que había pasado las pruebas que ella requería para encontrar a sus caballeros. Tiene una mente medieval, la gusta esa época. La princesa deja de ser perversa y se torna dulce cuando se pasan las pruebas iniciáticas. Yo debí pasarlas. Me hizo el amor y se lo hice dos veces esa noche. Fue una dulzura tan extrema como extremo había sido su sadismo sobre mí. Mi orgasmo, esto es lo curioso, por vez primera, estalló en un jadeó más masculino. Es otra de las claves de esta historia que no consigo entender, a la que no encuentro explicación. Nunca más me ha sucedido.

    En torno a las dos llamamos a un taxi. Antes de que llegara descubrí una reproducción litografiada de un jesucristo con la corona de espinas. Sólo el rostro. Me dijo que era su amigo y que luego hablaría con él. ¿ Qué pintaba aquel Jesucristo en aquel lugar?. Aún me lo pregunto. Cuando salimos en busca del taxi era de noche. Me pareció encontrarme de nuevo con la Tierra, venir de otra dimensión, pero eso solo son sensaciones, puras sensaciones.
    hache said...
    Hola de nuevo, Guillermo.

    Gracias por compartir tu increible experiencia, conmigo, en este sitio.

    La leí y releí y caí en la tentación de volver a empezar de nuevo, tanto fue que me enganchó.

    Conozco dos formas de interpretar la realidad: la limitada de la razón y la infinita de sentido y sensación. A veces dudo de que lo que veo se parezca a lo que siento pero no tengo conciencia de autoengaño, más verdad es lo que intuyo que lo que toco. Creí adivinar ese camino en los detalles de tu experiencia que lleva la verdadera corona de eso que todos llamamos nuestra fantasía.

    Gracias de nuevo por iniciar este fantástico diálogo.
    Anónimo said...
    Ola de nuevo ¿ Entonces, crees que lo que intuí y reflejo en el relato puede ser cierto, que una experiencia sobrenatural se apoderó del espacio tiempo durante algunos instantes y que ese ser es algo más de lo que ví en realidad?.

    ¿ Quién era entonces ese ama?.

    Creo que convivimos con dimensiones de la realidad que no siempre se manifiestan, sólo cuando estamos preparados. Besos.
    hache said...
    Bueno, yo soy incapaz de liberarme completamente de la racionalidad para encontrar una respuesta. Sobrenatural es un concepto que no manejo como explicación. Sólo entiendo que una sensación provocada por un hecho es tan real como el hecho objetivo en sí.
    Subjetividad y objetividad son inseparables en nuestras experiencias. Las cosas pasan pero son como las vivimos, la verdad y la mentira la difuminan nuestros sentidos.

    Un beso.
    h said...
    Entonces Guillermo, ¿eres sumiso? ¿tienes más experiencias con los azotes?

    Parece que en este blog va a haber dos escritories de élite y una curiosa-cotilla lectora.
    hache said...
    Hola sititos, ves? tenemos lectores y encima comentan así de bonito... oye, desde cuando te has hecho sólo lectora? que se sepa, y hasta que oficialmente no se demuestre lo contrario, eres escritora de este blog, aunque te resistas a demostrar aquí lo bien que lo haces.

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