Hace ya más de dos años que traspasé el espejo. Lo hice como quien se precipita al vacío de un resbalón, sin esperarlo.



Un día cualquiera, sentada a la sombra del árbol de mi existencia, sentí que mi fantasía volvía agigantada. Pequeño mi espacio para darla cobijo, invadió mis horas cotidianas robándome inquietudes, aniquilando los detalles únicos que alimentaban mis afectos. Las ramas de aquél árbol quedaron tan desnudas que se tornaron incómodas, agrias y hurañas. La de la amistad se negó a sostener mi entendimiento. La del amor se fue encongiendo, se hizo vieja siendo nueva; el pájaro que allí anidaba, aquel que silbaba futuro dejó de cantar y con violento silencio picoteó el mañana dejándolo cojo... sólo se me ocurrió correr, alejarme en huida, sin mapas, sin equipaje, sin esperanza ni desesperanza, cegada por la intensa necesidad.
No me dio tiempo a cansarme, pronto topé con los límites de mi pequeño mundo. Frenando en seco perdí la poca nostalgia que me quedaba, cayeron los recuerdos y la mala conciencia de dolor causado a quien deje atrás. Egoísta mirada la que se asomó, acelerada emoción la que descubrió, sorda la prudencia que alzó la voz. De abajo llegaba el revuelo de personas que hablaban con las mismas palabras de mis ensoñaciones, contaban historias que yo ya había inventado, describían escenas iguales a las que gastaba mi imaginación.

Aún incrédula, oí a uno de ellos dirigiéndose a mí, animándome a bajar. Con pocas palabras me convenció y me lancé sin equilibrio, ansiosa de respirar el nuevo aire. Sin apenas adaptación noté como se llenaban mis pulmones y solté de golpe toda la fantasía acumulada durante tantos años. Qué gozoso volverse del revés, mostrar las costuras, no esconder los rotos ni tapar descosidos.

Iniciada, decidida a no volver a subir, tocaba explorar. De nuevo mi ensimismamiento quedo interrumpido, pero esta vez no fue sólo una voz, esta vez noté que me cogían la mano y a ilusiones y sueños me construían un camino. Comenzamos a andarlo, mil veces tropecé con mis teorías, con sus teorías; alguna vez pensé soltarme porque quería ir más deprisa y usted se quedaba atrás entretenido con otras cosas; otras le apretaba más fuerte porque quería caminar las 24 horas, deseaba ser reflejo a tiempo completo. Pasamos buenos ratos construyendo los planos. Soñamos una casa y nos quedó un palacio. Ahora ya no hay vuelta, ni tierra que explorar, ahora sólo pasear y seguir decidiendo el color, continuar discutiendo el estilo de nuestro andar aunque haya que pararse cada dos pasos a firmar desavenencias con la tinta de unos merecidos azotes.


¡Cuándo no está me llueven tantas dudas!

Me falta y me nublo. Desde el deseo encapotado, gris de tormenta, invoco el agua. Cada gota me lastima un sueño abriéndome el paraguas de la lógica para no empaparme de resignación. Pero me equivoco, de nuevo me traiciona la razón, me troca la locura que guardo al otro lado en cordura que detesto porque huele a pasado, a retorno a lo mismo, a final común.

Y le cuento y le explico y le pido, le reclamo un soplo que apague esta imagen. Brisa de paciencia que alborota mi ignorancia, que no se interpretar es lo que me manda. Con ella en las manos busco la corriente que vuele mi cometa pero no la encuentro, corro muy deprisa pero no despega. Cansada tropiezo... otra vez torpe niña de rodillas herida que enrabietada rompe su juguete.

Así es como me encuentra cuando vuelve. Así es como me abraza recogiéndome del suelo. Así es como empiezan los regaños por niña egoísta. Mis excusas van quedándose sin voz, silenciada en sus manos empiezo a comprender en sus rodillas, los azotes son mi libro de instrucciones, su cinturón me resuelve los enigmas. Para y entre quejidos me topo con su mirada, me habla desde el consuelo y de repente le entiendo, le salen las palabras que de lejos me esconde y aprendo una lección, la misma que una y otra vez me enseña: no es mi mano la única que sujeta el hilo.

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